La digitalización de la información nos permite hoy conocer y registrar un evento en el instante mismo en que se produce y compartirlo con muchos otros.

Esta facilidad para informarnos ha traído consigo un desafío enorme a todo tipo de instituciones que antes gozaban de gran prestigio pero que hoy ven amenazada su reputación hasta ahora basada en un confianza casi ciega de sus audiencias

Las grandes empresas, los gobiernos, la iglesia y hasta la FIFA transitan por una crisis de confianza que es consecuencia del conocimiento amplio y profundo que hoy tenemos de sus actividades gracias a la transparencia digital que proveen las redes tecnológicas.

Parece que la tecnología hubiera capturado nuestra capacidad de confiar, pero no es así. La reducción de la fricción en la transferencia de información sólo ha iluminado los eventos que suceden realmente para que podamos conocerlos y tomar decisiones respecto de ellos y de sus protagonistas. Este hecho tan sencillo pero a la vez tan clave, es el que ha provocado grandes cambios en la forma de relacionarse entre las personas y las instituciones. Pero este efecto de la digitalización en nuestra forma de asignar confianza es sólo un aperitivo de su llegada. Muy pronto este impacto será mucho más profundo.

El mundo está en proceso de transformación digital. Prácticamente todas las actividades sustituyen algunas de sus etapas por alternativas digitales. Apple alcanza una valorización de 1 billón  (1.000.000.000.000 de dólares) y Netflix supera a Disney en valor de mercado. Las empresas más valiosas del mundo son las nativas digitales. Ingenieros y diseñadores colaboran para dotar a todos los productos de una capa digital que los transforme en experiencias multicanal. Los actores de la industria financiera, los medios, el reclutamiento, el comercio, el marketing, en fin, todas las industrias, compiten por ofrecer y obtener los beneficios de la conectividad y los algoritmos. Un mega cambio radical sin precedentes.

Sin embargo, recién rascamos la superficie de las posibilidades de transformación que ofrece la digitalización. Hasta el momento, sólo hemos aplicado la conectividad digital en aquellos procesos en que ha sido evidente hacerlo. Básicamente, seguimos realizando las cosas de la misma forma, pero digitalizadas. 

Recién ahora las extraordinarias plataformas como Airbnb, Uber o Netflix entran a la segunda fase de la conectividad, aquella que permite reinventar los procesos y no sólo cubrirlos de una capa de eficiencia digital. Si esto pasa con las posibilidades que ofrece la conectividad, ni hablar de la aplicación de los algoritmos. Aunque ya casi todas nuestras actividades están gobernadas por ellos, los viajes, las compras o la búsqueda de información, recién estamos en la prehistoria del impacto de los algoritmos en nuestra forma de vivir. Los algoritmos de aplicación general más desarrollados, como deep learning o blockchain, provocarán niveles de cambios en nuestras vidas que no podemos siquiera imaginar aún ya que serán aplicados a áreas profundas de nuestros procesos e interacciones, más allá de las capas superficiales actuales.

No es tan fácil prever el nivel de los cambios que se avecinan porque tienen un origen diferente a los cambios digitales anteriores como internet, los smartphones o Facebook.

Si lo pensamos bien, podremos descubrir que estas innovaciones son resultado de la capacidad de la conectividad digital de proveer algo tan básico como la transferencia de  información sin pérdidas, nada más. Un cambio simple, pero profundo.

Sin embargo, los algoritmos que gobiernan la inteligencia artificial o blockchain son más complejos de ser comprendidos por quienes no estén cerca de la tecnología ya que involucran lógica cada vez más sofisticada. Pero es clave comprender estos algoritmos para poder vislumbrar qué se puede hacer con ellos.

Por eso, en estas líneas nos enfocaremos específicamente en Blockchain y buscaremos explicarlo sin tecnicismos. Cuando Satoshi Nakamoto (un seudónimo del creador de la primera criptomoneda  para permanecer anónimo) se propuso crear una moneda digital, que prescindiera de los bancos y los intermediarios tradicionales, llenos de fricciones y espacios para abusos, tuvo que rediseñar desde cero las bases que soportan la operación de las monedas físicas actuales. Una tarea nada fácil, pero para lograrlo, podía valerse de la conectividad digital.

Exigiendo al máximo las capacidades de la conectividad, Nakamoto aprovechó las posibilidades de los algoritmos de encriptación, la capacidad de registrar y copiar transacciones en cualquier parte del mundo al momento en que se producían y el almacenamiento ilimitado de la nube, para establecer las bases para su moneda virtual que luego bautizaría Bitcoin. Denominó a estas bases como Blockchain (o cadena de bloques) ya que cada evento se inscribe al final de una cadena de otras inscripciones.

Esencialmente, su brillante idea consiste en registrar cualquier evento -una transacción financiera por ejemplo- en un soporte distribuido. A diferencia de lo que pasa en el mundo físico, en el que anotamos nuestros eventos en un medio centralizado como un cuaderno, una base de datos o una nube de almacenamiento, que requiere de alguien que lo administre, controle su acceso, certifique que no ha sido modificado y lo proteja, Blockchain registra, simultáneamente, los eventos en múltiples posiciones (o nodos), aprovechando las posibilidades de la conectividad digital. Además, impone reglas que gobiernan este registro a través de algoritmos, que también están almacenados en forma distribuida. Los datos pueden modificarse mediante la inscripción de un nuevo evento, esta vez un evento de cambio, sin tocar el anterior, que se aplica sólo si todos los nodos que participan están de acuerdo, para lo que deben coordinarse y consultarse mutuamente. Además, las anotaciones sobre estos eventos, que pueden ser de cualquier tipo, no sólo transacciones, se hacen codificadas o encriptadas. 

Esta forma de operar que, como puede verse, no es tan compleja, puede resumirse en que Blockchain provee una forma de almacenamiento en que la información adquiere tres atributos clave: es distribuida, encriptada e inmutable.

Como veremos, es esta propiedad de inmutabilidad la que provee muchas posibilidades de cambio para afectar los sistemas que hoy usamos, como la economía o el comercio, porque provee nuevas bases en que apoyar uno de sus atributos críticos: la confianza.

Cuando compramos un auto usado, queremos asegurarnos de que quien lo vende efectivamente es su dueño, de que nos lo entregará cuando le paguemos y de que el auto efectivamente pasará a ser de nuestra propiedad. El vendedor, por su parte, necesita asegurarse de recibir el pago correspondiente. Como no podemos confiar espontáneamente en que cualquier desconocido cumplirá con su parte, usamos intermediarios en los que ambas partes confiamos: una compraventa de autos, un notario, uno o más bancos y un registro de vehículos. En su rol más profundo, todos ellos proveen una capa de confianza centralizada, para suplir nuestra falta de ella. Sin embargo, la posición de poder que ocupan es clave y da origen a muchos espacios de abuso por su parte.

Toda esta escena puede ser alterada por Blockchain. El simple pero poderoso hecho de tener un mecanismo inmutable que sea barato de acceder permite que podamos confiar en la otra parte, sin necesidad de un intermediario. Podemos chequear en el registro distribuido que el auto fue efectivamente comprado por quien lo vende. Nuestro pago por el auto y la conformidad de ambos que la transacción se perfeccionó pueden quedar registrados en Blockchain. Todo lo anterior ocurre sin un intermediario que cobra sólo por proveer confianza y que, habitualmente, introduce ineficiencia. 

Pero adicionalmente, en virtud de la potencia y el bajo costo de Blockchain, podremos determinar con certeza si el auto recibió todas las mantenciones, si fue chocado y cuántos kilómetros ha recorrido. 

Yendo aún más lejos, la plataforma Blockchain, además de eventos, puede registrar instrucciones activas, como las cláusulas de un contrato, que se ejecutarán automáticamente ante la ocurrencia de eventos específicos registrados en la misma plataforma, en lo que se ha bautizado como smart contracts, o contratos inteligentes. Esto permitiría  acordar, por ejemplo, que si el auto tuviera una multa no registrada que apareciera posteriormente, sería el vendedor el que recibiría un cargo automático en su cuenta bancaria para pagarla. Sí, ¡automático!

Los beneficios y efectos son enormes. La economía como la conocemos evolucionará radicalmente para prescindir de los intermediarios proveedores de confianza y automatizar básicamente todos los contratos cotidianos, incluso algunos que ni siquiera nos parecen contratos. 

Para comprender el alcance del cambio, basta con reflexionar sobre qué tipo de interacciones y qué intermediarios están hoy relacionados con las distintas plataformas de confianza tradicionales. Notarios, bancos centrales y comerciales, corredores de propiedades y de bolsa, registros de autor, de propiedades y de vehículos, abogados, herencias, impuestos, marketing, noticias, el dinero mismo y muchas áreas más se verán impactadas por algo tan simple como un nuevo modelo de confianza provisto por la inmutabilidad tecnológica de Blockchain.

En definitiva, la digitalización de la confianza es sólo un paso más en el proceso de renovación provocado por la conectividad y los algoritmos que abarca todas las áreas, pero que esta vez empieza a alcanzar niveles más profundos. Puede ser que, tal como la digitalización con su facilidad de informarnos nos quitó la confianza ciega en las instituciones, la misma conectividad digital nos permita recuperarla, pero esta vez depositándola en quienes realmente corresponde hacerlo. 

 

Foto de fondo: Campbell Boulanger; foto de Japón: Andre Benz; fotos de personas: Julian Paul, Shane Rounce. Unsplash

Por Roberto Musso M Socio