La relación empresa – diseño ha estado marcada en el último siglo por una progresiva, aunque todavía muy lenta evolución en nuestra región, de una visión del diseño como un gasto a una visión que considera este recurso como una inversión.
Por eso el mayor y más urgente desafío hoy, es acelerar el complejo proceso de inserción del diseño en la gestión empresarial y formar diseñadores con la capacidad de liderazgo y las competencias necesarias para la colaboración en un entorno cada vez más transdisciplinario.
Pero claro, no todo está en nuestras manos. Como sabemos, el diseño como herramienta clave para el desarrollo empresarial, crea valor, impacta, se desarrolla y se fortalece en un entorno que presente al menos tres condiciones: inversión y desarrollo industrial vigoroso, desafíos de competitividad y una economía sustentada en la innovación y la creación de valor.
El desarrollo del diseño, en consecuencia, depende más de estas condiciones de contexto que de un voluntarismo romántico.
Diseño / empresas: la brecha y la oportunidad
Convengamos que parece obvio declarar que a mayor nivel de desarrollo industrial, social y económico de un país, mayor será el nivel de desarrollo que presenta el diseño local. Pero lo que no resulta tan evidente es proponer, a quienes acepten la provocación, la lectura inversa, esto es: a mayor nivel de desarrollo y aplicación del diseño en un país (una empresa o una organización), mayor será su competitividad, su habilidad para innovar centrándose en las personas y, en definitiva, su capacidad para crear valor a empresarios, inversionistas, colaboradores, consumidores y usuarios de los productos y servicios que entrega.
Y ojo, esto ya no solo lo están diciendo los diseñadores. Ha circulado mucho en estos días un interesante informe de Mckinsey que recomiendo revisar con atención: The Business Value of Design, un estudio que se propone demostrar cómo está impactando el diseño en los negocios en diversas industrias en este último tiempo.
Pero hay más, el texto que reproduzco a continuación es de un informe encargado hace algunos años por ProChile, nuestro organismo promotor de las exportaciones chilenas en el mundo: “… Las empresas compiten por precios y, por consiguiente, cuando realizan esfuerzos innovadores, estos están orientados a la reducción en el uso y costo de materiales y a la optimización de procesos de producción. Los antecedentes recopilados de la experiencia internacional señalan que el costo de los materiales y de los procesos corresponde a un 95% del costo de producción de un producto manufacturado; sin embargo, incide solamente en un 30% del precio final. Mientras tanto, el costo del diseño del producto corresponde a un 5% del de producción, pero incide en el 70% restante del precio final. En consecuencia, todo esfuerzo focalizado hacia el mejoramiento del diseño tiene un bajo costo relativo y una muy alta incidencia sobre el valor agregado o margen y, por consiguiente, en la competitividad del producto final».
El diseño puede aspirar, como viene ocurriendo en el mundo desarrollado, a ser cada vez más reconocido e ir ampliando su ámbito de influencia. De hecho me atrevo a apostar que en un futuro cercano veremos cada vez más empresas creando el cargo de CDO (Chief Design Officer) en su estructura organizacional como ya lo han hecho Apple, Pepsi, Phillips, 3M, KIA, entre otras.
Esta tendencia no solo alcanza el mundo de la empresa privada. Nos alegra observar que ciertas organizaciones del mundo público, como las ciudades de Los Ángeles y Helsinki ya cuentan entre sus cargos de alto nivel la figura de un CDO.
Sin embargo, debemos admitirlo, la realidad en buena parte del vecindario, es todavía muy distinta y requiere propuestas y estrategias de desarrollo del diseño más desafiantes y disruptivas. Y es que el desafío actual está marcado por una complejidad nunca antes vista pues el mundo transita por un escenario de cambios sociales de tal magnitud que, para muchos estudiosos, sus efectos superan las gigantescas transformaciones sociales y económicas iniciadas por la primera Revolución Industrial.
Preguntémonos entonces (y exijamos respuestas):
¿De qué manera el diseño en Chile se hace hoy cargo de esto?
¿Estamos conscientes de las responsabilidades y las oportunidades que se nos abren?.
¿Hasta dónde tiene sentido la práctica del diseño como un oficio que se mantiene fiel a sus orígenes y a las competencias provenientes de las artes aplicadas, el artesanado, la arquitectura y las artes visuales? ¿por qué no de la ingeniería o la biología?
En mi opinión, para dar respuesta a estas interrogantes hay que partir por revisar y poner a prueba la naturaleza adaptativa del diseño frente dos aspectos que hoy son fundamentales:
- Las nuevas demandas y expectativas ciudadanas: más que objetos, experiencias; más que crecimiento y acumulación de riqueza, “desarrollo sostenible”; más que productos, “sistemas integrados de servicios”; más que multicanalidad: “entornos físicos-digitales convergentes”.
- La creciente demanda de las empresas por nuevos recursos competitivos para responder exitosamente al punto anterior. ¿Cómo estamos colaborando con las organizaciones en este tránsito desde una economía productiva a una economía de la experiencia y la reputación?. ¿Cómo nos incorporamos a este escenario de profundos cambios en la llamada Revolución 4.0 y sus asombrosos desafíos en la convergencia, física-cibernética-biológica?.
Las empresas necesitan diseño más que nunca y los diseñadores debemos estar, también más que nunca, a la altura de esta demanda. No hay tiempo para excusas y menos para endosar el problema a los empresarios.
Foto: Natham Dumlaon, Unsplash.
Por Gonzalo Castillo
Socio Director Ejecutivo